Introducción

Han pasado varios años desde que escribí mi primera crónica “Qué lindo es Perú”, nacida de aquel viaje que me dejó fascinado por la calidez de su gente, la fuerza de su historia y la alegría que parece brotar incluso en medio del caos del tráfico limeño. En 2022, regresé a ese país que tanto me gustó, acompañado de nuevo de Violeta, mi querida amiga limeña, con la ilusión de reencontrar lugares, sabores y rostros conocidos.
No imaginaba que volver a Perú sería también una forma de redescubrirme a mí mismo. Cada ciudad, cada plato, cada conversación me recordó que viajar no es sólo moverse de un punto a otro: es dejarse transformar.
El regreso a un viejo amigo
Volver a Perú después de cuatro años fue como reencontrarse con un viejo amigo: el mismo rostro, pero con nuevas cicatrices y alguna arruga más. En agosto de 2022 noté desde el primer día que Lima había cambiado. El barrio de San Borja, donde nos alojamos otra vez, seguía igual de tranquilo, pero muchos negocios tenían las persianas bajadas, y las calles, más gente pidiendo ayuda.

Me sorprendió, porque en mi viaje anterior la sensación había sido la contraria: más movimiento, más optimismo. Luego entendí. En pocos años, Perú había recibido a más de un millón y medio de venezolanos que huían del régimen de Maduro. Y entre esa oleada humana y la pandemia, la ciudad mostraba las huellas de un tiempo difícil.
Pero si algo caracteriza a los peruanos, es su talento para sobrellevar los golpes con una sonrisa. En los autobuses urbanos, por ejemplo, encontré la prueba más simpática de ello: el precio del pasaje había subido de medio sol a un sol, y los carteles lo anunciaban con humor nacional:


Pocas veces una subida de precio me ha hecho tanta gracia.
Palabras que dicen más de lo que parecen
El español del Perú es un manjar lingüístico. Me encanta descubrir cómo una misma palabra puede tener otro sabor según el país. En la entrada de un centro comercial, un vigilante me pidió el certificado de vacunación. A su lado, un cuaderno con letras grandes decía: CUADERNO DE OCURRENCIAS.
No pude evitar sonreir: en España, una “ocurrencia” es una idea loca o un chiste improvisado; en Perú, es simplemente el registro de incidencias del día. Qué distinto suena la rutina según el lado del océano.


Lima: entre historia y color
Lima tiene alma de museo. Visitamos el Museo del Oro y de Armas del Mundo, una colección impresionante de piezas precolombinas, momias, espadas y armaduras que parecen susurrar historias de otro tiempo. No hace falta ser arqueólogo para quedar fascinado.



También visitamos dos cementerios. Uno de ellos histórico, el Presbítero Maestro, parece una ciudad de mármol donde los héroes descansan entre columnas y ángeles de piedra. Pero lo más emotivo fue ver a Violeta encontrar el nicho de su abuela. Pensaba que no lo iba a localizar porque era muy niña la última vez que lo visitó pero se dejó llevar por una inspiración y lo encontró. El nicho estaba muy alto, así que tuvimos que pedir ayuda a un «aguatero» (persona que se encargan de la limpieza y mantenimiento). Éste, un señor maduro, acudió con una escalera y adecentó el nicho. Al recibir su propina, nos dijo con orgullo: «No hay trabajos deshonrosos». Una lección de humildad y dignidad.


El segundo fue el Cementerio Padre Eterno porque allí descansa la madre de Violeta. Es un cementerio más moderno, también llamado «El Agustino». Fuimos con su hermana Doris y su sobrina Lorena; limpiaron y pusieron flores en el nicho y expresaron un sentido recuerdo por esa gran mujer que fue Hilda.

Brisas del Titicaca
Una noche inolvidable: fuimos con Gladys, amiga de Violeta, a cenar y disfrutar de un espectáculo folclórico en la Asociación Brisas del Titicaca. Empezamos la velada con una copita de Chuchuhuasi, una bebida medicinal (¡y según dicen, afrodisíaca!).
El presentador era fantástico e hizo que todos participáramos. La música, los vestidos y las danzas nos transportaron a otras épocas. ¡Un espectáculo lleno de color y alegría!. Vean el video y lo comprobarán.
La función culminó con el baile de la Marinera, un baile tradicional de pareja suelta mixta que usan pañuelos y en el que se aprecian rasgos del mestizaje hispano-indígena. Muy hermoso como pueden comprobar en el video siguiente.
Callao: el puerto con alma
El Callao es el puerto de Lima, pero también una mezcla curiosa de historia y picardía. Paseamos por sus calles y llegamos a La Punta, un barrio elegante que parece flotar sobre el Pacífico. Hice un paseo en bote y el barquero, orgulloso narrador, nos fue mostrando los barcos, las aves y las leyendas marinas con ese tono que mezcla realidad y magia que sólo los peruanos dominan.
El Parque de la Felicidad
Nuestro último día en Lima lo cerramos con broche de oro en el Parque de la Felicidad, un oasis con lagunas, flores y bancos para soñar. Pedimos nuestros deseos en el Pozo de los Deseos, aunque, como dicta la tradición, no puedo contarlos. Solo diré que ese paseo me hizo pensar que la felicidad, a veces, está tan cerca como una sombra que se alarga bajo el sol.



Rumbo al sur: Arequipa, Puno y Cusco
Esta vez me animé a organizar el viaje por mi cuenta, inspirándome en los magníficos videos del canal de YouTube «Misias pero viajeras». Reservé buses y hoteles, y me arriesgué con los «hosteles», que resultaron ser una opción económica y bien ubicada.

Volamos desde Lima en un vuelo de hora y media. Arequipa, la segunda ciudad más poblada de Perú, me enamoró con sus calles, monumentos, volcanes y gastronomía. Nos alojamos en el *Swiss Perú Hostel* (70 soles la noche, con desayuno incluido).


Visitamos la impresionante Plaza de Armas, el Monasterio de Santa Catalina y el mirador de Yanahuara, con vistas espectaculares de los volcanes Misti y Chachani.



También exploré la cantera de sillar en Añashuayco con esculturas en piedra blanca y la Quebrada de Culebrillas, donde pude ver petroglifos de más de 1.000 años de antigüedad.


Desde Arequipa, tomamos un bus a Puno (7 horas de viaje). Puno está a 3.827 metros de altitud, y a Violeta le afectó el soroche (mal de altura). Nos alojamos en el *Ayma Hostel Puno* (75 soles la noche), donde echamos de menos la calefacción, ¡y dormimos con tres mantas!


Al día siguiente, visité sólo las Islas de los Uros en el Lago Titicaca. La experiencia fue curiosa: una señora que nos dijeron que era la jefa de la isla nos explicó cómo viven en las islas flotantes y trató de vendernos artesanías. Luego, nos ofrecieron un paseo opcional en góndola por 15 soles que los guiris aceptamos.



Al principio, me sentí un poco engañado cuando los turistas peruanos del grupo subieron sin pagar, pero al final, después que los niños cantaron durante el trayecto, también ellos tuvieron que aportar cuando pasaron la gorra. Entonces lo entendí como una forma de ayudar a la comunidad y volví a sonreír. Al fin y al cabo, pocas veces uno navega oyendo canciones en varios idiomas (incluido el aimara) en medio del Titicaca.
Desde Puno, tomamos otro bus a Cusco (7 horas). Nos alojamos en Hotel Perú Real Cusco, muy cerca del centro y paseamos recordando los lugares visitados la vez anterior. Cusco me supo a poco en mi primer viaje, pero esta vez pude disfrutarlo con más calma.

Visitamos el Mercado de San Pedro, un lugar que va más allá de lo común, ofreciendo una experiencia única donde se mezclan tradiciones culinarias, espirituales y medicinales. En sus pasillos encontramos una fusión de colores, aromas, sabores y productos locales que van desde frutas frescas hasta artesanías tradicionales. Nos tomamos un jugo de frutas con kion (jengibre) que nos supo a gloria y nos levantó el animo.




Al día siguiente hicimos una excursión a Chinchero, Moray y las Salineras de Maras. Tres lugares muy interesantes del Valle Sagrado de los Incas.
Chinchero es un pueblo andino famoso por sus talleres textiles, que aún se asientan sobre ruinas incas.

Moray destaca por sus enigmáticas terrazas agrícolas circulares, que se cree que eran un laboratorio de experimentación agrícola inca. La variación de temperatura, humedad y exposición a la luz solar en los andenes, ubicados a diferentes alturas, crea un ambiente único en cada uno y esto les permitía mantener los cultivos a lo largo de todo el año.
Las piedras traídas del volcán extinto tienen la capacidad de absorber calor durante el día y liberarlo por la noche, lo que ayuda a mantener una temperatura constante. Además, estas piedras evitan inundaciones durante la temporada de lluvias, facilitando la filtración del agua al siguiente andén.

Las Salineras de Maras son una impresionante red de más de 3,000 pozos de sal excavados en una montaña, explotados desde la época preincaica para la extracción de sal por evaporación. Nos contaron que la sal de Maras se comercializa por sus beneficios para la salud.



Es rica en minerales como calcio, hierro y magnesio y tiene un menor contenido de sodio que la sal común, lo que la hace recomendable para personas con hipertensión. Posee propiedades cicatrizantes y desinflamantes para uso externo. También se valora en la cocina por su sabor único y por ser un producto natural sin aditivos. Después de saber todo esto compramos sal de Maras. Había que probarla.

En una de las paradas del recorrido, el guía nos sorprendió con un pequeño gesto lleno de tradición: nos ofreció hojas de coca y nos pidió que les hiciéramos una foto, casi como quien presenta a un viejo amigo. Nos explicó que en la zona de los Andes se consumen desde siempre, ya sea mascándolas o en infusión. Contó que, tomadas así, ayudan a mitigar el soroche —ese mal de altura que a veces se empeña en amargar el viaje— y que también alivian el hambre, la sed, el dolor y el cansancio.

Añadió algo que desconocía: muchas personas de la región son intolerantes a la leche, y la hoja de coca, rica en vitaminas B, C, hierro y calcio, puede compensar perfectamente esa falta de nutrientes. Todo esto, remarcó, sin generar adicción ni problemas serios, no más de los que podría causar una taza de café o de té.
Eso sí, dejó clara la diferencia: la coca es una cosa, la cocaína es otra totalmente distinta. Aunque se extraiga de la misma planta, sus efectos son dañinos y no tienen nada que ver con el uso tradicional, respetuoso y saludable que los pueblos andinos han mantenido durante siglos.
Sabores del camino

La gastronomía peruana es una aventura dentro de la aventura. Comimos de maravilla: asados que despertaban los sentidos, sanguches de chicharrón y butifarra, sopas reconfortantes y postres con nombres tan dulces como sus sabores. En cada plato se notaba el cariño, la mezcla de culturas y esa generosidad que hace de Perú un país que se saborea con el corazón.



En Arequipa y Puno degustamos platos típicos como el rocoto relleno, la trucha frita y la sopa de mote con carnero, ideal para recuperarse del soroche.
Paseando por Arequipa vi un cartel en la puerta de un restaurante donde se anunciaba un menú por 8 soles. Me llamó la atención y entré para probarlo. Pedí tortilla de verdura con tallarines y caigua rellena. Estaban bien cocinados y salí satisfecho. No entraba en el precio ni la bebida ni el postre pero qué más se puede pedir por 8 soles (2 euros al cambio).



En Lima también se come muy bien y no sólo en restaurantes como La Rosa Nautica o Isolina. En Don Tito San Borja con sus carnes a la brasa o en La Fragata y en La Caleta de la Punta pudimos apreciar platos ricos.



Y en los restaurantes cercanos al hotel también nos sirvieron platos muy dignos a precios muy económicos.



Y si hablamos de postres probamos el famoso queso helado de doña Rosa en el mercado de Arequipa, también el helado de lúcuma y aunque la variedad de frutas es muy extensa me gustó probar un higo chumbo (allí le llaman tuna) de color morado, diferente a los que estoy acostumbrado en España.



Comida chifa
La comida chifa en Perú es la fusión de la gastronomía china con la peruana, originada por la migración de chinos a Perú a finales del siglo XIX. Esta cocina se caracteriza por la mezcla de ingredientes peruanos (ají) y chinos (kion, sillao, salsa de soja etc) y el uso de técnicas chinas como el salteado al wok.

Comimos en varios restaurantes chifas y pudimos degustar platos como el Kam Lu Wantan, el arroz chaufa y los tallarines saltados, evocando sabores que ya creía olvidados.

Epílogo: un país que se queda dentro
Cuando el avión despegó de Lima y los edificios de la ciudad se hicieron diminutos, supe que algo de mí se quedaba allá abajo. No sólo los recuerdos o las fotografías, sino esa sensación de haber tocado una tierra viva, con alma y contradicciones, con historia y esperanza.
Perú no se visita: se vive. Te envuelve con su música, te reta con su geografía, te enamora con su comida y te conquista con su gente.
Y aunque cada viaje termina, hay países que siguen viajando dentro de uno.
Si algún día te preguntas a dónde ir para reencontrarte contigo mismo, para saborear el tiempo sin prisas y aprender a sonreír incluso ante los cambios…
entonces ve a Perú.
Y verás, como yo, que “Qué lindo es Perú” no es sólo un título: es una verdad que se siente.



































































































































































